Se cuenta que una vez un poderoso rey le encargó a un viejo sabio una
insólita misión: ir en busca de un hombre feliz y que, una vez hallado, le
trajera su camisa para así ponérsela él y poder curarse de su profunda tristeza.
Al cabo de un buen tiempo, el sabio regresó con las manos vacías. Le explicó a
su señor que, tras recorrer varios países del mundo, había logrado encontrar al
fin a un hombre feliz, pero que éste era tan pobre que no llevaba camisa.
No cabe duda de que cuando un cuento o fábula alcanza la categoría de
universal, como es el caso, es porque nos revela una honda verdad, o cuanto
menos nos sugiere una perspectiva más amplia de la realidad que de alguna
manera suele chocar con nuestra ordinaria visión del mundo y de las cosas. El
mensaje de esta breve historia es muy sencillo: la felicidad es una cuestión
del ser, no del tener. Y aunque también está muy extendida la idea, expuesta
siempre a modo de coletilla, de que el dinero no da la felicidad pero que ayuda
a conseguirla, algunos sin embargo opinamos que tal afirmación resulta más
pedestre que sabia, con esa pátina de ramplonería popular tan característica de
nuestro Refranero.
Pero hete aquí que una encuesta realizada por el CIS (Centro de
Investigaciones Sociológicas) indica que el 87% de los españoles son unos
descamisados felices, o por lo menos eso declaran sin recato. Vivimos tiempos
extraños, y conviene mantener la compostura sin dejarse zarandear por las
primeras y a menudo falsas impresiones. Hoy es importante aprender a conjugar
con serenidad el aluvión de aparentes contradicciones que nos asedian. Porque
por fortuna todavía todo continúa teniendo una causa, y una explicación
también.
El
primer punto que convendría abordar sería: ¿qué entendemos por felicidad? Ahí
es nada. Pero como me temo que tal cuestión metafísica resulta un tanto
excesiva para un artículo tan modesto como el presente, será mejor obviarla y
colarnos de rondón en el siguiente punto. Éste, en lugar de inquirir, se limita
a dirigir una recomendación a los presuntos profesionales de las estadísticas:
deberían saber ustedes, a estas alturas, que hay preguntas que nunca deben
hacerse. Porque no sólo requieren sinceridad por parte del encuestado, sino
también honestidad. Y es ahí donde siempre nos aprieta el zapato. La
honestidad, esa gran desconocida, consiste fundamentalmente en no engañarse a
sí mismo, no sólo en no engañar a los demás. Así, un tonto puede ser sincero
pero nunca honesto, porque la honestidad implica inteligencia en grado sumo.
Pero por desgracia la habilidad para el autoengaño siempre ha sido uno de los
rasgos más característicos del ser humano de todos los tiempos. Y si la
consecución de la felicidad se considera hoy más que nunca como la meta a
alcanzar en nuestra vida, la pregunta “¿es usted feliz?” equivaldría muy bien a
esta otra: “¿Considera que ha fracasado o está fracasando en el objetivo
principal de su vida?”. Tremenda pregunta para cualquier acólito de esta
cultura del éxito que tanto jalea nuestra sociedad. Tan tremenda como
inaceptable e inútil en su pretensión de conseguir la verdad. La estadística de
marras revela sin embargo un dato esperanzador: un 13% de la población
española, como mínimo, quizá además de sincera sea también honesta. Una más que
considerable gota que ojalá se multiplique y no tarde demasiado tiempo en
gobernar por mayoría absoluta. Pues, si nos negamos a reconocer el síntoma de
un mal, ¿cómo vamos siquiera a tratar de curarnos?
Según la
Sociedad Española de Neurología (SEN), las enfermedades neurológicas afectan ya
a más de 7 millones de españoles. Sólo esta cifra sobrepasa ya de largo el 13%
declaradamente infeliz de la estadística. Pero si encima añadimos a ese número
unos millones más que sufren depresión (unos 4,5 millones, es decir, el 10% de
la población española; y según la OMS es ya la primera causa de discapacidad en
el mundo), fatiga crónica, estrés, acoso laboral en todas sus modalidades, las
llamadas “patologías de adaptación” ( relacionadas con los trastornos
emocionales o de angustia, y que en los últimos 10 años han aumentado entre un
10 y un 20 por ciento), el simple hartazgo o desencanto existencial… las
cuentas, sin necesidad de tener ojo de buen cubero, no salen ni remotamente (?)
Como
dijo el escritor francés F. De la Rochefoucauld: “Ponemos más interés en hacer
creer a los demás que somos felices que en tratar de serlo”.
Por ahí
va la cosa.
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