18 enero 2015

El viejo libro escolar

En el cajón de la mesita de noche guardo celosamente un viejo libro de texto que me vi obligado a estudiar en mis tiempos de bachiller. Su título es “Literatura española contemporánea”, y el dibujo de la cubierta representa a un grupo de tertulianos reunidos en torno a la mesa de un café; de algún emblemático café de aquellos donde se guisó la ilustre Generación del 98.
Por aquel entonces este libro no tenía para mí mayor aprecio que cualquier otro, es decir, suponía un tostón más, un conglomerado ingente de nombres, conceptos y fechas que debía calzarme a fuerza de repetición en algún lugar de la memoria, por medio del uso de una técnica similar a la que pudiéramos aplicar en una cacatúa con el fin de que logre articular algunas frases.
No sé por qué extraña razón este libro ha ido persiguiéndome durante varios años, apareciendo y desapareciendo esporádica y subrepticiamente ante mis ojos. Sí, cosa extraña, pues cuando finalicé el curso y pude librarme de él, no le deseé mejor suerte que a los otros. Hasta que un día, ya madurito, volví a tropezarme con él “casualmente” y… de pronto lo miré con nuevos ojos; de ese inextricable modo con el que a veces nos hacemos capaces de descubrir las cosas y a las personas que creemos conocer, rompiendo con la imagen esculpida en nuestra mente por un pasado burdo y miope.
El caso es que hoy está conmigo, muy cerca, siempre a mano, con gran cuidado por mi parte para que no se le ocurra volver a jugar al escondite. ¿Pero qué tiene ese libro de especial?, se me preguntará. ¿Será simple nostalgia de un tiempo que, por pretérito, nos parece mejor?...
En primer lugar conviene remarcar que se trata de un libro de texto escolar, y como tal, muy sintetizado, como un esbozo algo coloreado pero sin matices. Pero esta circunstancia no lo desmerece de ningún modo, más bien al contrario. Porque como uno de sus coautores fue el insigne F. Lázaro Carreter (quien durante varios años fue Director de la Real Academia), se consigue aquí validar una vez más la popular sentencia de Baltasar Gracián: “Lo breve, si bueno, dos veces bueno”. Además, las sucintas biografías de los autores más relevantes del siglo pasado, el retrato o la fotografía de cada uno de ellos, la enumeración de sus obras poniendo especial atención a las consideradas más sobresalientes, su significación histórica… todo ello ayuda a ofrecernos una rica visión panorámica y global del espíritu creador español más universal, haciéndonos partícipes de sus fatigas, búsquedas, anhelos y desfallecimientos. El efecto, en líneas generales, es tan entrañable como demoledor.
Con un estilo sencillo, claro, sobrio, pero también rico y culto, el texto empieza describiendo el desalentador y sombrío marco histórico español sobre el que brota el Romanticismo.
Con esto del Romanticismo ocurrió como con tantos otros productos españoles. Los extranjeros venían, compraban, se llevaban la mercancía a sus respectivos países, la envasaban y volvían para venderla. Así, un gran número de artistas europeos visitaron España con el fin de inspirarse en su literatura, en su historia y en su cultura, a las que consideraban enteramente románticas. Esta circunstancia coincidió, en la política española, con el cierre de un breve paréntesis liberal y la reimplantación del absolutismo fernandino, por lo que varios escritores se vieron obligados a exiliarse. Marchan de España imbuidos de espíritu neoclásico, pero toman contacto en Europa con las ideas románticas en su versión ya tradicionalista o revolucionaria. Y regresan en 1833 con la maleta llena de conservas.

El primer autor que aparece en el libro es José de Espronceda; “Nació el 25 de marzo de 1808 en Pajares de la Vega, cerca de Almendralejo (Badajoz) […] Lleva una disipada, llena de aventuras y lances…”.
¿Qué habría sido de Espronceda sin el Romanticismo? Uno ni siquiera es capaz de imaginarlo. El hombre exaltado que escribe:
                                 
                                    Doquier mi arrebatada mente inquieta
                                dichas y triunfos encontrar creía,
                                palpé la realidad y odié la vida
                                Sólo en la paz de los sepulcros creo
                               

Acaba hundiéndose en la desesperación al chocar de frente con la ingrata realidad.
El romántico, por tal actitud escapista y perdido en sus ideales, es un ser con una existencia aciaga, que arrostra patéticamente por cementerios, noches tormentosas y monasterios en ruina. El suicidio, conforme al modelo del Werther, de Goethe, fue la salida que algunos eligieron.
Paso una página tras otra. Cada una de ellas recoge una vida, intensa, monótona, miserable, aburguesada, a veces breve, casi nunca dichosa:
Juan Arolas: “Vivió siempre inquieto y acabó loco”.
Gertrudis Gómez de Avellaneda: “Su vida amorosa fue un continuo fracaso”.
Carolina Coronado: “Varias desgracias familiares le movieron a buscar la soledad”.
No fue en modo alguno mejor la vida de Zorrilla, el del Tenorio; el cual leyó unos versos en el entierro de Larra que le supusieron el inicio de su merecida fama:

                                Broté como yerba corrompida
                                al borde de la tumba de un malvado
                                Y mi primer cantar fue a un suicida
                                ¡Agüero fue, por Dios, bien desdichado!

Y tras unas cuantas páginas más llega el Realismo, y el Naturalismo. Pero el Romanticismo aún no ha muerto del todo y da un último coletazo con Bécquer y Rosalía de Castro:
“Bécquer arrastra una vida bohemia y desilusionada […] Y la muerte del primer poeta español del siglo pasó casi desapercibida”.
El poeta sevillano supo distinguir acertadamente dos tipos de poesía:
“Hay una poesía magnífica y sonora […] Hay otra natural, breve, seca, que brota del alma […] La primera es una melodía que nace, se desarrolla, acaba y se desvanece. La segunda es un acorde que se arranca de un arpa, y se quedan las cuerdas vibrando con un zumbido armonioso. Cuando se concluye aquélla, se dobla la hoja con una suave sonrisa de satisfacción. Cuando se acaba ésta, se inclina la frente cargada de pensamientos sin nombre…”.
También la vida de Rosalía estuvo repleta de fatalidades. Hay quien atribuye su incurable amargura a su condición de hija ilegítima. Amó apasionadamente su verde tierra gallega, y sufrió de añoranza cuando el destino la alejó de ella para ir a vivir a la árida Castilla:

                                Airiños, airiños aires
                                Airiños de miña terra
                                Airiños, airiños aires
                                Airiños, levaime a ela

Por otro lado percibe un cierto desprecio general hacia Galicia que la llena de indignación y dolor. Se muestra resentida hacia Castilla, la Castilla que desprecia y explota a sus paisanos:

                                Premita Dios, castellanos,
                                castellanos que aborreÇo,
                                qu´antes os gallegos morran
                                qu´ir a pedirvos sustento

Los escritores del 98 rescataron casi del olvido a esta profunda y genial creadora. Azorín acusó airadamente a la crítica por ignorar a “uno de los más delicados, de los más intensos y originales poetas que ha producido España”.
Bécquer y Rosalía salvaron el intimismo lírico del prosaísmo propio de la poesía realista. Más tarde la lírica volvería a resplandecer con el Modernismo y sus “alardes ornamentales y cromáticos”.
A propósito del Modernismo. Recuerdo una anécdota venida al caso que leí hace tiempo. Se cuenta que Miguel de Unamuno paseaba por el campo una soleada mañana acompañado de un joven poeta modernista. En esto que, mientras bordeaban un lago, el joven la preguntó por el nombre de “aquellas plantas que flotan en el agua”. Don Miguel, con cierta sonrisa sardónica, le respondió: “Son nenúfares, hijo. Eso que usted menciona tanto en sus poemas”.

Resulta más que curioso el número de geniales escritores que llegaron a coincidir en una sola generación: Valle Inclán, Unamuno, Galdós, Azorín, Menéndez Pidal, Benavente, Machado… No es mi intención enumerarlos a todos. Tan solo me he detenido caprichosamente en alguno, sin que ello signifique nada respecto a otros que ni siquiera han sido mencionados. Un capricho, sin más sentido ni propósito que recordar la gloriosa herencia de nuestras letras. Un capricho envuelto, tal vez, en un leve y cálido hálito de humanidad. Nada más. Aunque este fugaz vistazo hacia atrás haya supuesto, inevitablemente y a modo de efecto secundario, una nueva evidencia de nuestro pobre horizonte actual en lo literario, artístico y humano en general.
Algo nuevo se barrunta en el aire, pero lo cierto es que hoy por hoy solo podemos hablar de inconsistencia y adocenamiento; un rancio adocenamiento fomentado por una sociedad cada vez más agotada y adormecida.

Como colofón me gustaría terminar con un breve poema de Alberti, cuya lectura supone para mí un bello canto a esa libertad que tan a menudo ni siquiera vemos aun estando bajo nuestros pies. Otro capricho.

                                ¿Por qué me miras tan serio,
                                carretero?
                                Tienes cuatro mulas tordas,
                                un caballo delantero,
                                un carro de ruedas verdes,
                                y la carretera toda
                                para ti,
                                carretero
                                ¿Qué más quieres?

10 enero 2015

Llamada de madrugada (literaturalizando la realidad)




La otra noche, manipulando la radio, conecté al azar con uno de esos programas nocturnos que tanto proliferan en estos tiempos apocalípticos y oscuros para el alma, dirigidos a un ejército de insomnes desesperanzados o solitarios náufragos del Titanic que sienten la necesidad de desahogarse de sus tribulaciones a través de las ondas radiofónicas. Las desventuras ajenas suelen constituir el mejor lenitivo, por lo que en este caso tanto el emisor como el receptor humano obtienen un cierto recíproco alivio que les ayudará a continuar bregando en sus respectivas y grises existencias.
Tras una breve pausa (el programa goza de una considerable audiencia y los gabinetes psicológicos no desaprovechan la oportunidad), el locutor radiofónico atiende una nueva llamada:

Loc.: ¿Buenas noches?
Sra.: Hola, soy X. Ante todo quería felicitarte por tu programa.
Loc.: Gracias.
Sra.: Nos hace mucho bien a mucha gente. Sobre todo a quienes no hemos tenido suerte en la vida.
Loc.: ¿Qué te pasa?
Sra.: Mi matrimonio… Es un desastre. Llevo veinticinco años de casada. No sé cómo he podido aguantar tanto.
Loc.: ¿No lo sabes?
Sra.: Bueno, sí que lo sé. He aguantado por el dinero. Como nunca he trabajado siempre he dependido de él.
Loc.: Ya.
Sra.: Estoy casada con un hombre que no vale nada como persona, absolutamente egoísta y… Con decirte que ni sus dos hijos le hablan…
Loc.: ¿Qué edad tienen vuestros hijos?
Sra.: La niña tiene veintitrés y el niño veintiuno.
Loc.: ¿Viven con vosotros?
Sra.: Sí, claro. No trabajan, estudian.
Loc.: ¿Por qué no le hablan a su padre?
Sra.: Porque es un egoísta y ya están hartos de él. Y yo también. Creo que voy a separarme. Pero el dinero… Hace varios días que yo tampoco le hablo, ni le lavo la ropa, ni le preparo la comida ni nada. ¡Que se fastidie!
Loc.: Pero él os mantiene a todos.
Sra.: Claro, ¡faltaría más!
Loc.: ¿Y por qué dices que es tan egoísta?
Sra.: Porque solo se preocupa por él. Nunca sale ni va a ningún sitio, menos al fútbol de vez en cuando. En cuanto sale del trabajo viene a casa sin perder un minuto, se sienta en el sofá, siempre sentado ahí solo y sin decir nada…
Loc.: ¿Qué quieres que diga si vosotros no le habláis?
Sra.: Pero podría tener un poco más de relación social, ser algo más abierto. No tiene ningún amigo, ¿sabes?
Loc.: ¿Te sentirías mejor si se fuera siempre de copas o se gastara el dinero en el juego o en otras cosas? ¿Se ha retrasado algún mes en darte el dinero para los gastos de la casa?...
Sra.: No. En esto siempre ha sido muy serio, ¿ves?
Loc.: ¿Y nunca te has preguntado qué recibe a cambio? Sus hijos, ya mayores, no le hablan. Su mujer, ama de casa, lo tiene totalmente desatendido… Otros se habrían marchado de casa. La verdad, yo no veo a un ser tan egoísta como dices, sino a un hombre que debe de sufrir mucho y que se siente terriblemente solo.
Sra.: ¡Pero y yo qué! Yo necesito cariño, ternura…
Loc.: Seguramente él lo necesita más que tú. Tú por lo menos hablas con tus hijos.
Sra.: No, pero… Él no, no… No sé cómo decirlo… ¡Es tan raro! Tan solitario, tan callado…

La realidad supera la ficción. Difícilmente la literatura podrá ofrecernos un retrato, tan sutil como patético a la vez, de un personaje maltratado e invisible que, sin querer, va adivinándose entre los labios de quien solo pretendía envilecerlo.
¡Qué bella técnica empleada y qué gran efecto!