La Muerte y el Sueño
Son tierras del
mismo Reino
Según la mitología griega
Hipnos (dios del sueño) y Tanatos (dios de la muerte) eran
hermanos gemelos. No solo la antigua cultura helena supo ver con claridad ese
territorio común que compartían ambas dimensiones humanas; también todas las
demás, por lejanas y exóticas que fueran, reconocieron de algún modo tal
parentesco. Consideraban que a través del sueño se podía acceder al mundo de
los muertos; tener encuentros con familiares fallecidos, hablar con los
ancestros, consultar a los dioses (o arquetipos del Inconsciente Colectivo,
presentes en la psique humana independientemente de la particular cultura en
que se vive). Y no solo eso. También creían que por medio de la interpretación
onírica podían obtener respuestas y soluciones a sus conflictos o problemas
personales al poder acceder a una realidad superior atemporal poseedora del
conocimiento absoluto, de la sabiduría divina. Hay innumerables textos que así
lo atestiguan; siendo tal vez el más conocido en nuestra cultura occidental el
extracto bíblico referido al profeta Daniel
(libro de Daniel), de quien se dice que más que un profeta fue un visionario e
intérprete de sueños; la hoy tan popular figura del gigante con pies de barro
proviene de un sueño que el rey babilonio Nabucodonosor
tuvo y que Daniel supo
interpretar acertadamente, salvando así su vida.
Durante milenios esto fue
así. La vida era un misterio pero mediante ciertas prácticas y conocimientos podía
ser parcialmente revelado a personas con dones o descendientes de castas
avezadas al mundo de lo sobrenatural. Toda esta concepción misteriosa y mágica
de la vida se vino abajo fulminantemente con el racionalismo del siglo XVIII,
con la llamada Ilustración. No había
misterio alguno, todo tenía una explicación racional o científica, y si algo se
desconocía aún era debido a la ignorancia del momento, pero todo con el tiempo
llegaría a ser entendido y descubierto con la sola “luz de la razón”. Creo que
aún estamos sufriendo la resaca de aquella generalizada borrachera; la cual
quizás fue necesaria para despojar a la mente de tanta superchería,
superstición y oscurantismo en la que se hallaba atrapada. Pero el trabajo de
barrido fue tan radical que acabó por confundir el mismo suelo con un escombro
más que había que arrojar al vertedero. Hoy afortunadamente hay como un intento
de reequilibrio; valoramos y nos servimos de la ciencia pero cada vez tenemos
más claro que ella jamás encontrará respuestas a ciertos interrogantes que por
su propia naturaleza escapan al campo de la razón y la ciencia. La ciencia nos
puede explicar el cómo, pero nos defraudará siempre si
nuestro interés se centra en el porqué.
La ciencia, aunque no pocos aún continúen venerándola, ha bajado de su pedestal
divino. Es buena, útil e incluso necesaria… pero no es ninguna diosa capaz de
iluminar todo el misterio de la vida y la humanidad. Claro que para que
llegáramos de la borrachera de la Ilustración hasta este punto han tenido que
suceder algunos destacables episodios: Freud
y su descubrimiento del inconsciente (“el ego es un títere del inconsciente”), Jung y sus arquetipos universales,
siempre latentes en el Inconsciente Colectivo (¿los antiguos dioses?); Einstein y su teoría de la relatividad
del espacio-tiempo… y de especial manera la irrupción de la nueva física cuántica, cuyos fundamentos
entroncan con antiquísimas filosofías orientales transpersonales. A pocos avergüenza ya hablar sin reparo sobre
lo que sigue siendo –nunca dejó de serlo- el Misterio: lo inescrutable, lo
impenetrable, lo inefable; ya sea la muerte, el amor, la vida misma toda, lo
sobrenatural, el origen de la creación (el milisegundo antes del Big Bang), el
sentido y el fin de la existencia humana… y cómo no, cierta clase de sueños tan
íntimamente reveladores que nos pueden sacudir hasta el punto en que a menudo
alteran nuestra percepción de la realidad. Queda todavía sobre esto último
algún reparo, pues si algo nos ha enseñado esta cultura moderna que nos ha ido
moldeando desde niños ha sido a desconfiar de nosotros mismos; lo subjetivo es
siempre un engaño, y la verdad (así nos lo han hecho creer) la sigue teniendo
la mente condicionada, descreída y arrogante del escéptico cientificista, que
no científico. ¿Cuál es la diferencia entre uno y otro?, tal vez alguien se
pregunte. Para expresarlo de un modo simple: el cientificista nunca suscribiría
las siguientes palabras expresadas por el científico más relevante del siglo
XX:
“La
mente racional es un sirviente fiel, pero la mente intuitiva constituye un don
sagrado. La paradoja de la humanidad consiste en habernos decantado por rendir
culto al sirviente y deshonrar a la Divinidad”. – Albert Einstein –
Es hora de atreverse a
hablar sobre lo que uno cree, con independencia de si lo que cree es compartido
por una minoría o una mayoría; e incluso si es rechazado de plano por una
amplia mayoría. Es hora de volver a recuperar la confianza perdida en uno
mismo. Nadie puede ver por nosotros, ni sentir por nosotros, ni descubrir (la
verdad) por nosotros. Habrá, claro está, siempre alguien dispuesto a ayudarnos
a mirar y descubrir aquello que finalmente solo podemos ver y descubrir por
nosotros mismos. Pero el descubrimiento y la revelación son experiencias
personales e intransferibles. Así es. Así debe ser.
Por consiguiente, lo que
sigue a continuación es una exposición absolutamente personal sobre lo que
considero que son los sueños; no en el sentido poético o metafórico con que a
ellos solemos referirnos (como sinónimos de nuestros más elevados deseos e
ilusiones), sino en su sentido más estricto y real. Se trata del resultado de
una exploración e indagación personales sobre una realidad, por onírica que
sea, que viene a ocupar buena parte de nuestra vida, y de la que nos atrevemos
a hablar tan poco.
Según mi consideración, y
a riesgo de simplificar demasiado, existen básicamente 3 clases de sueños bien
diferenciados unos de otros: los
ordinarios, los arquetípicos y los extraordinarios (o trascendentes).
Los
sueños ordinarios: son los más abundantes. La inmensa
mayoría de nuestros sueños pertenecen a esta categoría. No hay ningún misterio
en ellos, a menos que consideremos la misma facultad de soñar como tal. Cada
día nuestro inconsciente se puebla de un sinfín de material emocional debido a
la inatención con que vivimos y nos relacionamos, y este acaba manifestándose a
través del sueño; el reino del inconsciente. Emociones reprimidas o inhibidas,
sentimientos autocensurados, deseos ocultos, incapacidad de observar una
emoción que nuestro superyó no admite o condena… Es muy amplia la gama y la
procedencia de nuestro material inconsciente. En consecuencia, el sueño es una
actividad psíquica necesaria para que la mente pueda regularse y reequilibrarse
emocionalmente, y así poder iniciar un nuevo día física y psíquicamente
descansados o “reparados”.
¿Sería posible que
alguien capaz de vivir cada día con plena atención a sí mismo (o sea capaz de
mantener siempre “vacío” su inconsciente), no soñara nunca? Yo creo que sí.
Otra cosa es que no lleguemos a conocerlo nunca, al menos personalmente. Pero
me consta que algún ser muy excepcional lo ha logrado.
Los
sueños arquetípicos:
Son muy raros, solo
suelen darse en momentos muy puntuales de la vida. Aquí el inconsciente
personal cede el espacio al Inconsciente Colectivo que comparte toda la
humanidad desde La noche de los Tiempos. Los arquetipos universales son fuerzas
y representaciones psíquicas que habitan en el inconsciente humano y que cada
cultura ha revestido de una manera propia, ofreciendo su particular galería
mitológica. Si el sueño es la mitología del individuo, la mitología es el sueño
de la humanidad. Ni el arquetipo ni el mito se inventan, todo lo más alguien lo
descubre y lo saca a la luz por medio de un relato o texto fundacional que le
da cuerpo y lo articula en una historia; y es el aspecto formal de la misma lo
que puede variar de una cultura a otra, pero no así su esencia.
Un anciano sabio, un
sacerdote o una sacerdotisa, un austero ermitaño, un rey o una reina sentados
en un trono… un ser revestido de autoridad y sabiduría puede dirigirse a
nosotros y transmitirnos un mensaje que nos conviene saber o puede sernos de
ayuda en una etapa precisa de nuestro terrenal viaje. El problema es que a
menudo este tipo de sueños especiales se confunden con los ordinarios y no se
les presta la debida atención. O simplemente se olvidan, como tantos y tantos
otros.
Independientemente del
beneficio personal que esta clase de sueños puede reportarnos, hay un camino
que apenas se ha explorado y que puede resultarnos de mucha utilidad según la
etapa existencial por la que estemos transitando: la identificación consciente
con alguna de esas figuras arquetípicas o mitos en un momento puntual de
nuestra vida, revitalizándola en nuestro interior para aprovechar su energía
psíquica ante un nuevo reto que se nos presenta. El tema es largo y no quiero
redundar en él. Solo expondré, a modo de ejemplo, que si en algún momento
precisamos “luchar” arduamente con el fin de lograr un difícil objetivo, podemos
revivificar conscientemente la fuerza guerrera de Marte para que predomine
sobre las demás. Vendría a ser como utilizar un viento favorable para tomar una
determinada dirección que nos interesa por el motivo que fuere. Si esa energía
o fuerza permanece latente en nuestra psique, ¿por qué no despertarla,
estimularla y servirnos de ella cuando lo precisemos? Tal vez, aunque sea
inconscientemente, procedamos así en ciertas situaciones más de lo que nos
figuramos.
Los
sueños extraordinarios (o trascedentes):
Estos sueños tampoco son
nada frecuentes, aunque quizás no sean tan excepcionales como los anteriores.
Suelen ser tan intensos, lúcidos y vívidos que las personas que los experimentan
difícilmente los olvidará el resto de su vida. Rara vez alguna de dichas
personas se atreve a hablar abiertamente de ello, y acaban las más de las veces
convirtiéndose en materia reservada, íntima y privada. Es posible que se
confundan también con los ordinarios, pese a la clarividencia con que se han
vivido, y acaben atribuyéndose a una elucubración más del inconsciente. El
temor, la vergüenza y esa falta de confianza en uno mismo de la que antes se
hablaba, hace que se silencien y que resulte prácticamente imposible calibrar
el grado de incidencia que pudieran tener entre la población. Aunque sospecho
que no son tan excepcionales como en un principio pudiera parecer.
Son muy variadas las
experiencias sobrenaturales que por medio del sueño alguien puede experimentar,
siendo la más frecuente el encuentro con un ser querido fallecido. Se caracterizan
porque infunden una gran paz y un extraordinario sentimiento de amor en el
soñador, que se encuentra inesperadamente con ese ser amado al que tanto lloró
y que tanto sigue echando en falta. También son experiencias muy
tranquilizantes porque dan a entender que ese ser querido no desapareció en la
nada, que pese a hallarse en otra dimensión continúa en su viaje de otro modo,
que se encuentra bien y parece feliz… y que nuestro terror a la muerte carece
de fundamento alguno.
Estoy convencido de que
más de un lector de este artículo ha tenido alguno de estos encuentros (otra
cosa será su consideración personal acerca del mismo). Y quienes no los hayan
tenido todavía quizá lleguen a tenerlos algún día. O no. Quién sabe. ¿La razón?
Como dije antes, es un Misterio.
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