01 febrero 2015

El proceso creativo




Pocas veces se ha hablado tanto de algo para decir tan poco. Lo que resulta lógico por otra parte, pues estamos hablando de un misterio, como lo es el amor, la muerte o la vida misma. El escritor, el poeta o el artista en general intentará indagar en él desde su particular y subjetiva experiencia, y cada uno lo expresará a su modo y manera, pero no podrá penetrar en la esencia misma del misterio; en cómo se origina tal proceso, qué lo motiva o estimula, qué y cómo se desarrolla, por qué se manifiesta de un modo y no de otro… Y no solo eso, sino que a menudo las afirmaciones o reflexiones de un artista no coinciden, e incluso a veces se contradicen, con las de otro.  Y como no es mi intención escribir un ensayo sobre un tema tan complejo e inabordable, me limitaré a hablar sobre cómo yo lo entiendo y lo vivo, lo sufro y lo gozo.

Podríamos definir la creatividad simplemente como la capacidad de construir algo a partir de nosotros mismos. Se sabe que para llevar a cabo dicha construcción es necesario que intervengan dos clases diferentes de pensamiento: el pensamiento creativo (pese a que el término no me gusta nada, pues la creatividad no tiene nada que ver con pensamiento alguno) y el pensamiento lógico. El primero “crea”; y el segundo “desarrolla” lo creado para construirlo bajo el medio o la forma que sea. Cierto es que hay artistas que abominan del segundo y renuncian a él, al constructor-arquitecto, por aspirar a expresar un “arte puro”. Están en su derecho y en el arte todo se admite, pero yo personalmente creo que desaprovechan una oportunidad de profundizar y mejorar su arte, de autoexploración y conocimiento personal. Dicho lo cual, y puesto que ya no queda nada sustancial que añadir a esto, por mucho que a algunos les dé por teorizar al respecto, paso a referirme a mis respectivas consideraciones personales y subjetividades.

Dijo Picasso: “Yo no busco, encuentro”. En tan escueta y sencilla declaración radica para mí el fundamento de todo verdadero arte. De cuantas novelas he escrito nunca he buscado el tema ni la historia ni a los personajes. Nunca me he sentado a escribir frente a la página en blanco, o la luminosa pantalla, pensando sobre qué asunto literario escribir, por lo que tampoco jamás he escrito, consiguientemente, bajo criterio comercial alguno. Me consta que no pocos escritores sí proceden de tal manera, buscando esa obra best-seller que los catapulte a la fama y los convierta en personas adineradas. Están en su derecho, es lícito y también respetable. Pero para mí no son auténticos escritores, sino escribidores con habilidad para “vender” un producto que saben o intuyen que va a interesar a un público mayoritario. Circunstancia que obviamente no solo se da en la industria del libro (aquí conviene emplear el término “industria”), sino en la de la música o la del cine, por poner solo algunos ejemplos.

Nunca sé cuándo, cómo ni en qué forma aparecerá esa semillita que, siempre involuntariamente, se me inoculará en algún rincón de la mente. Esa semilla puede presentarse en cualquier momento con la apariencia de una palabra, una imagen, un olor, un revivido recuerdo, una reseña, una sensación… Es tan diminuta e insignificante al principio que ni siquiera uno se da cuenta al respirarla. Pero que no se dé cuenta no tiene relevancia, porque penetra tan a fondo que acaba asentándose en el interior del mismo inconsciente. Sí, uno no es consciente de lo que ha sucedido, como no es consciente del momento de la concepción una mujer que al cabo de nueve meses será madre. Y qué, el proceso sigue, vive, se desarrolla, lo sepa o no. Luego, al cabo de un tiempo, cuando la semilla se haya convertido en algo más grande y definido, tomará conciencia de ello, y entonces tanto el consciente como el inconsciente operarán juntos, en total sincronía. La “criatura” llegará en su momento, en el momento propicio, cuando esté totalmente formada para salir a la “luz”. La madre parirá un hijo, y el escritor parirá su obra, imaginativa y esencialmente acabada en su interior, vertiéndola sobre el papel. El hecho de escribir es, pues, según mi particular experiencia, posterior al hecho de la creación; viene a ser como su materialización, como el testimonio del proceso creativo ya realizado. Habrá entonces que “construir” la historia con el material que ya se dispone. Y tal vez aparezca algún elemento nuevo de última hora que venga a mejorarla o completarla; la improvisación también ocupa su parcela, si bien esta suele ser más pequeña de lo que algunos creen.

No se puede hablar, por tanto, de esfuerzo, al menos en el sentido en que éste suele entenderse. El esfuerzo va precedido de una voluntad (ya dijo S. Agustín que cuando hablamos de voluntad, en realidad hablamos de dos voluntades: la voluntad del quiero frente a la voluntad del no quiero), y aquí, en este proceso, no hay división alguna sino una “total” implicación del ser tanto a nivel consciente como inconsciente. Con esto no se pretende decir que el proceso resulte fácil, sino que debido precisamente a dicha implicación la dualidad fácil/difícil no tiene cabida. Se trataría, por decirlo de otra forma, de algo mucho más que un esfuerzo. E incluso la labor de documentación que la escritura de ciertas obras requiere, a causa de esa total implicación del ser y de la perfecta sincronía entre el consciente y el inconsciente anteriormente aludidas, se lleva a cabo mediante una interiorización que se realiza de modo natural, “absorbiendo” la información y convirtiéndola de ipso facto en conocimiento útil o necesario para la creación. De igual modo que algunos seres vivos respiran a través de la piel (ósmosis), podría decirse que toda información se procesa a través de un extraño fenómeno osmótico, natural.

Repito; no es lo mismo dedicación que esfuerzo. El esfuerzo físico siempre se da, aunque la actividad que se desarrolle sea prácticamente sedentaria, pero el psicológico se presenta solo cuando hay resistencia; de ningún modo cuando no la hay, cuando la mente se implica de modo extraordinario y sin división alguna en un proyecto de creación. Por eso digo que se trata de algo mucho más que esfuerzo. Porque con esfuerzo no se crea nada.



Una anécdota:

Se cuenta que un modesto escritor norteamericano, hambriento de esa fama que se le resistía, se propuso escribir una novela de asegurado y fulminante éxito. Redactó una lista de los temas que más interesaban a la gente de su país. Advirtió que sus conciudadanos solían mostrar un gran interés por todo lo referente al Presidente de su nación, y asimismo constató el gran afecto que sentían por los animales en general y por las mascotas en particular. Y así empezó a escribir su novela, cuyo título tenía ya muy claro: “Daisy, la perrita del Señor Presidente”.

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