10 enero 2015

Llamada de madrugada (literaturalizando la realidad)




La otra noche, manipulando la radio, conecté al azar con uno de esos programas nocturnos que tanto proliferan en estos tiempos apocalípticos y oscuros para el alma, dirigidos a un ejército de insomnes desesperanzados o solitarios náufragos del Titanic que sienten la necesidad de desahogarse de sus tribulaciones a través de las ondas radiofónicas. Las desventuras ajenas suelen constituir el mejor lenitivo, por lo que en este caso tanto el emisor como el receptor humano obtienen un cierto recíproco alivio que les ayudará a continuar bregando en sus respectivas y grises existencias.
Tras una breve pausa (el programa goza de una considerable audiencia y los gabinetes psicológicos no desaprovechan la oportunidad), el locutor radiofónico atiende una nueva llamada:

Loc.: ¿Buenas noches?
Sra.: Hola, soy X. Ante todo quería felicitarte por tu programa.
Loc.: Gracias.
Sra.: Nos hace mucho bien a mucha gente. Sobre todo a quienes no hemos tenido suerte en la vida.
Loc.: ¿Qué te pasa?
Sra.: Mi matrimonio… Es un desastre. Llevo veinticinco años de casada. No sé cómo he podido aguantar tanto.
Loc.: ¿No lo sabes?
Sra.: Bueno, sí que lo sé. He aguantado por el dinero. Como nunca he trabajado siempre he dependido de él.
Loc.: Ya.
Sra.: Estoy casada con un hombre que no vale nada como persona, absolutamente egoísta y… Con decirte que ni sus dos hijos le hablan…
Loc.: ¿Qué edad tienen vuestros hijos?
Sra.: La niña tiene veintitrés y el niño veintiuno.
Loc.: ¿Viven con vosotros?
Sra.: Sí, claro. No trabajan, estudian.
Loc.: ¿Por qué no le hablan a su padre?
Sra.: Porque es un egoísta y ya están hartos de él. Y yo también. Creo que voy a separarme. Pero el dinero… Hace varios días que yo tampoco le hablo, ni le lavo la ropa, ni le preparo la comida ni nada. ¡Que se fastidie!
Loc.: Pero él os mantiene a todos.
Sra.: Claro, ¡faltaría más!
Loc.: ¿Y por qué dices que es tan egoísta?
Sra.: Porque solo se preocupa por él. Nunca sale ni va a ningún sitio, menos al fútbol de vez en cuando. En cuanto sale del trabajo viene a casa sin perder un minuto, se sienta en el sofá, siempre sentado ahí solo y sin decir nada…
Loc.: ¿Qué quieres que diga si vosotros no le habláis?
Sra.: Pero podría tener un poco más de relación social, ser algo más abierto. No tiene ningún amigo, ¿sabes?
Loc.: ¿Te sentirías mejor si se fuera siempre de copas o se gastara el dinero en el juego o en otras cosas? ¿Se ha retrasado algún mes en darte el dinero para los gastos de la casa?...
Sra.: No. En esto siempre ha sido muy serio, ¿ves?
Loc.: ¿Y nunca te has preguntado qué recibe a cambio? Sus hijos, ya mayores, no le hablan. Su mujer, ama de casa, lo tiene totalmente desatendido… Otros se habrían marchado de casa. La verdad, yo no veo a un ser tan egoísta como dices, sino a un hombre que debe de sufrir mucho y que se siente terriblemente solo.
Sra.: ¡Pero y yo qué! Yo necesito cariño, ternura…
Loc.: Seguramente él lo necesita más que tú. Tú por lo menos hablas con tus hijos.
Sra.: No, pero… Él no, no… No sé cómo decirlo… ¡Es tan raro! Tan solitario, tan callado…

La realidad supera la ficción. Difícilmente la literatura podrá ofrecernos un retrato, tan sutil como patético a la vez, de un personaje maltratado e invisible que, sin querer, va adivinándose entre los labios de quien solo pretendía envilecerlo.
¡Qué bella técnica empleada y qué gran efecto!

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