La otra noche,
manipulando la radio, conecté al azar con uno de esos programas nocturnos que
tanto proliferan en estos tiempos apocalípticos y oscuros para el alma,
dirigidos a un ejército de insomnes desesperanzados o solitarios náufragos del
Titanic que sienten la necesidad de desahogarse de sus tribulaciones a través
de las ondas radiofónicas. Las desventuras ajenas suelen constituir el mejor
lenitivo, por lo que en este caso tanto el emisor como el receptor humano
obtienen un cierto recíproco alivio que les ayudará a continuar bregando en sus
respectivas y grises existencias.
Tras una breve pausa (el
programa goza de una considerable audiencia y los gabinetes psicológicos no
desaprovechan la oportunidad), el locutor radiofónico atiende una nueva llamada:
Loc.:
¿Buenas noches?
Sra.:
Hola, soy X. Ante todo quería felicitarte por tu programa.
Loc.:
Gracias.
Sra.: Nos hace mucho
bien a mucha gente. Sobre todo a quienes no hemos tenido suerte en la vida.
Loc.: ¿Qué te pasa?
Sra.: Mi matrimonio…
Es un desastre. Llevo veinticinco años de casada. No sé cómo he podido aguantar
tanto.
Loc.: ¿No lo sabes?
Sra.: Bueno, sí que
lo sé. He aguantado por el dinero. Como nunca he trabajado siempre he dependido
de él.
Loc.: Ya.
Sra.: Estoy casada
con un hombre que no vale nada como persona, absolutamente egoísta y… Con
decirte que ni sus dos hijos le hablan…
Loc.: ¿Qué edad
tienen vuestros hijos?
Sra.: La niña tiene
veintitrés y el niño veintiuno.
Loc.: ¿Viven con
vosotros?
Sra.: Sí, claro. No
trabajan, estudian.
Loc.: ¿Por qué no le
hablan a su padre?
Sra.: Porque es un
egoísta y ya están hartos de él. Y yo también. Creo que voy a separarme. Pero
el dinero… Hace varios días que yo tampoco le hablo, ni le lavo la ropa, ni le
preparo la comida ni nada. ¡Que se fastidie!
Loc.: Pero él os
mantiene a todos.
Sra.: Claro,
¡faltaría más!
Loc.: ¿Y por qué
dices que es tan egoísta?
Sra.: Porque solo se
preocupa por él. Nunca sale ni va a ningún sitio, menos al fútbol de vez en
cuando. En cuanto sale del trabajo viene a casa sin perder un minuto, se sienta
en el sofá, siempre sentado ahí solo y sin decir nada…
Loc.: ¿Qué quieres
que diga si vosotros no le habláis?
Sra.: Pero podría
tener un poco más de relación social, ser algo más abierto. No tiene ningún
amigo, ¿sabes?
Loc.: ¿Te sentirías
mejor si se fuera siempre de copas o se gastara el dinero en el juego o en
otras cosas? ¿Se ha retrasado algún mes en darte el dinero para los gastos de
la casa?...
Sra.: No. En esto
siempre ha sido muy serio, ¿ves?
Loc.: ¿Y nunca te has
preguntado qué recibe a cambio? Sus hijos, ya mayores, no le hablan. Su mujer,
ama de casa, lo tiene totalmente desatendido… Otros se habrían marchado de
casa. La verdad, yo no veo a un ser tan egoísta como dices, sino a un hombre
que debe de sufrir mucho y que se siente terriblemente solo.
Sra.: ¡Pero y yo qué!
Yo necesito cariño, ternura…
Loc.: Seguramente él
lo necesita más que tú. Tú por lo menos hablas con tus hijos.
Sra.: No, pero… Él
no, no… No sé cómo decirlo… ¡Es tan raro! Tan solitario, tan callado…
La
realidad supera la ficción. Difícilmente la literatura podrá ofrecernos un
retrato, tan sutil como patético a la vez, de un personaje maltratado e
invisible que, sin querer, va adivinándose entre los labios de quien solo
pretendía envilecerlo.
¡Qué
bella técnica empleada y qué gran efecto!
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