28 octubre 2015

161




         
               Fueron los lirios
               Los que le enseñaron
               La elegancia.

24 octubre 2015

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          Vuelan mis letras
          Con rumbo a su Alma
          Para besarla.

159




          Es tu suspiro
          Un beso que me trae
          Siempre el viento.

19 octubre 2015

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            Cuando veo luz
            Al mirar tu ventana
            Sé que miras tú.

17 octubre 2015

EL DESEO





No hay duda de que hablar del deseo es tratar un tema tan complejo como controvertido. Así que voy a evitar en la medida de lo posible enredarme entre las ramas e intentaré ir a la raíz, o cuanto menos al tronco, del asunto.
Buda consideraba el deseo (siempre asociado al apego) como la causa del sufrimiento. Si esto es así, muy mal lo tenemos en un mundo cada vez más globalizado cuya economía gira en torno al consumo de “bienes”, fomentando el deseo a través de los medios de comunicación que se financian con la omnipresente publicidad. Ya no se trata de satisfacer necesidades básicas sino de crear continuamente nuevas necesidades, o lo que viene a ser lo mismo; hacernos creer que lo son, sin serlo lejanamente. Esta poderosa vorágine parece tener subyugado al mundo. Y si antaño había algunos rincones del planeta en los que aún no llegaba este hechizante canto de sirenas, hoy, debido al desarrollo también globalizado de los medios de comunicación, y muy especialmente de la televisión, prácticamente no existe poblado que no sufra su seductor influjo. Solo así puede entenderse la cantidad ingente de individuos originarios de países del llamado tercer mundo que se aventuran, tras el pago de miles de dólares (una verdadera fortuna en sus países de origen), a “dar el salto”, a menudo suicida, para alcanzar otro continente que les permita llevar una vida más próspera; esto es, capaz de satisfacer todos esos deseos que desde niños fueron creciendo con ellos. Los resultados los vemos a diario; la mayoría malviven en barrios marginales, frustrados y desengañados. Porque un deseo no satisfecho suele conducir (aunque esto, como se verá más adelante, no tiene por qué ser así) a la frustración, que es sufrimiento.

Así, pues, la afirmación de Buda resulta inapelable: el deseo es causa de sufrimiento. Pero entonces, ¿es posible vivir sin deseos? ¿No es el deseo algo inherente al ser humano? Si fuéramos capaces de eliminar el deseo de nuestras vidas, ¿qué clase de vida sería esa?...
Otro sabio indio educado en Inglaterra, Jiddu Krishnamurti (1895-1986), nos dijo que “para no desear hay que estar muerto”. Y de lo que se trata, según él, no es de trascender el deseo sino de “comprender su naturaleza” para no caer inexorablemente en las redes del sufrimiento que causa. Así que ahora se nos presenta un nuevo reto; comprender la naturaleza del deseo. Esto ha de resultar por fuerza liberador ya que comprender, sin juicio ni condena, la naturaleza de un sentimiento o una emoción por medio de la atenta (auto)observación forma parte elemental del conocimiento propio. Krishnamurti recurre a un ejemplo ilustrativo para mostrarnos cómo opera y se desarrolla el deseo en nosotros:
Imaginemos que nos hallamos plantados frente al escaparate de un concesionario de automóviles. Fijamos la vista en uno que nos agrada especialmente. Vemos sus dimensiones, su diseño, el resplandeciente color que luce… Todo ello produce una grata sensación en nosotros, como cualquier otra cosa hermosa que contempláramos. En eso no hay ningún problema… todavía. Porque de inmediato elaboramos una imagen; nos vemos manejando el automóvil por las calles de la ciudad con su reluciente aspecto, nos sentimos gratificados al disfrutar de todas las comodidades y prestaciones que ofrece, imaginamos los comentarios de nuestros amigos cuando lo vean, la impresión que causamos en los demás, lo bien que nos sentimos con nosotros mismos… Hemos creado ya un deseo. Este deseo puede tener mayor o menor fuerza, según el caso de cada persona. Si se asume como algo que a uno le gustaría tener -o quisiera tener si se dan determinadas circunstancias- pero que de ningún modo va a causarle malestar o tristeza la imposibilidad de realizarlo, es decir, si se vive el deseo con inteligencia y “comprensión de su naturaleza”, no ha de haber problema alguno. Pero si el deseo adquiere la fuerza de hacer supeditar la felicidad o el bienestar del sujeto a su consecución, entonces sí que habrá de resultar un serio problema. Porque aun en el supuesto de que lograra satisfacer un deseo en particular aparecerán otros en su vida que no logrará conseguir o satisfacer, con lo cual tendrá su infelicidad asegurada.
No hablemos ya de aquellos deseos desorbitados elaborados por una mente inmadura y acrítica que ha sido completamente condicionada por los pseudovalores de una sociedad superficial y materialista. Me refiero a quienes viven obsesionados con la idea (por el deseo) de alcanzar el “éxito” a toda costa en algunos de los campos más sobresalientes, o que estén más de moda, de la actividad humana; modelos, actores, cantantes, deportistas, diseñadores… Solo una minoría conseguirá pertenecer a esa élite mediática reservada para unos pocos, con lo que la frustración ganará por aplastante mayoría absoluta. Triste es observar cómo cada vez más niños, a la pregunta de qué quisieran ser de mayores, responden sin titubeos que “como Messi” o “ser millonario”. La cultura del éxito será la que acabe formando una personalidad extremadamente débil y vulnerable, del todo inoperante para afrontar los retos que en su vida les están aguardando.

También es verdad que muy a menudo sustituimos la palabra deseo por la de sueño: “¿Cuál es tu sueño?”; “No renuncies a tus sueños”; “Lucha por tus sueños hasta hacerlos realidad”… Tal vez al emplear la palabra “sueño” estemos dando una connotación más elevada al simple deseo, refiriéndonos más bien a un gran deseo no pasajero capaz de ilusionar a alguien en su vida; como una suerte de deseo de carácter existencial. Pero lo cierto es que, grande o pequeño, no deja de ser un deseo, teniendo muy poco que ver en realidad con lo que es el sueño; cuyo material no solo lo componen deseos (a veces deseos ocultos o prohibidos) sino también temores, ansiedades, emociones inhibidas o inconscientes a la luz del día… Eso es el sueño, la expresión libre de nuestro contenido inconsciente. Pero seguiremos hablando de sueños en lugar de deseos porque nos parece un término más poético y elevado. Está bien, esto no ha de causarnos ninguna confusión siempre y cuando seamos conscientes de que empleamos una metáfora, y no un sinónimo.
Y la ilusión a la que antes nos referimos, ¿dónde queda? En el mismo deseo, se entiende. Pues no es posible desligar una cosa de la otra. ¿Podemos desear algo sin ilusionarnos ante la idea de su logro? Ilusión y deseo son concomitantes; uno siempre va con el otro. Y del mismo modo que podemos frustrarnos por un deseo no alcanzado, podemos también (desgraciadamente es lo que suele suceder) desilusionarnos en la misma medida que antes nos ilusionamos. Huelga decir, una vez más, que frustración y desilusión son sufrimiento. Habrá quien con resignación afirme que el sufrimiento forma parte de la vida. Y no le faltará razón. Sin embargo es posible que por medio del conocimiento propio este sufrimiento cese; de ahí que algunos sabios afirmen que por ello el sufrimiento, a diferencia del dolor, no es inevitable sino opcional. Ahí está la clave: comprender la naturaleza del deseo y/o de la ilusión para evitar encadenarnos al sufrimiento que conlleva.

No sobredimensionar el deseo; mantenerlo vivo en su justa medida sin dejar de ser conscientes en todo momento de a dónde puede abocarnos si nos dejamos arrastrar por su irracional fuerza (que puede ser devastadora); impedir convertirnos en su esclavo, en su siervo, y en cambio que nos sirva él como canal para encauzar nuestra energía hacia la consecución de un objetivo concreto e ilusionante… sería mantener una relación sana, e incluso necesaria, con ese fuego vital al que llamamos deseo.







16 octubre 2015

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          Es un trilero
          Te lía, te engaña
          Y siempre gana.

156




          Naturaleza
          Siempre habrá belleza
          Donde hay vida.

155




          Y nuestro banco
          Se nos cubrió de blanco
          Sin ti, helado.